No sólo es color: El deseo en Amor de Clarice Linspector
Considero que el placer es un comportamiento muy difícil.
Disfrutar no es tan sencillo. Y he de decir que ése es mi sueño.
Me gustaría y espero morir de una sobredosis de placer
de cualquier tipo. […] Porque creo que el tipo de placer que yo consideraría
el placer real sería tan profundo,
tan intenso, tan sobrecogedor,
que no lo sobreviviría. Me moriría.
— Michel Foucault
El deseo es la fuerte inclinación o el gusto por la consecución, el conocimiento y el disfrute de alguna cosa, que en muchas situaciones puede pasar de ser tan sólo una fuerte inclinación para convertirse directamente en una incontrolable necesidad por saciar ese gusto o disfrute. Normalmente el término se relaciona con lo erótico, lo sexual: Saciar un deseo con un objeto, desear al objeto, etcétera. El deseo suele empezar por una simple atracción que se va convirtiendo en algo más, en un impulso que se sublima en emoción, misma que puede resultar positiva o negativa, dependiendo del sujeto que la padece y el contexto en el que habita.
Sin embargo y, hablando de manera menos individual, el deseo resulta ser un concepto muy interesante para diversos análisis, en este caso el de los textos literarios. Porque después de todo, ¿no es acaso el deseo de comunicación del autor lo que desencadena toda la obra? Más todavía, ¿no son los deseos de los personajes lo que les impulsa a alcanzar sus objetivos? En este trabajo se pretende analizar el texto “Amor” de Clarice Linspector desde la perspectiva del deseo, más específicamente: El deseo por el otro, por el que es distinto a nosotros, por el objeto. Para esto me basaré en el texto “Devorar al otro: Deseo y resistencia” de la autora bell hooks.
Amor inicia presentándonos a Ana, la protagonista, una mujer casada que vuelve a su hogar después de ir por las compras para la cena. Ella se nos muestra como la mujer deseable para los hombres en los sentidos biológicos y sociales: por un lado, sirve como mujer para la reproducción, como madre (dándole a su esposo a un par de niños “buenos, verdaderos y jugosos”) y por otro, es la esposa perfecta que mantiene todo ordenado para su familia. “En el fondo, Ana siempre había tenido necesidad de sentir la raíz firme de las cosas”, Ana no aspira a mucho más que a perpetuar su rutina, misma de la que no desea salir:
Entonces salía para hacer las compras o llevar objetos para arreglar, cuidando del hogar y de la familia y en rebeldía con ellos. Cuando volvía ya era el final de la tarde y los niños, de regreso del colegio, le exigían. Así llegaba la noche, con su tranquila vibración. De mañana despertaba aureolada por los tranquilos deberes. Nuevamente encontraba los muebles sucios y llenos de polvo, como si regresaran arrepentidos. En cuanto a ella misma, formaba oscuramente parte de las raíces negras y suaves del mundo. Y alimentaba anónimamente la vida. Y eso estaba bien. Así lo había querido y elegido ella. (Linspector, 1960)
¿Qué sucede, entonces, cuándo es obligada a ello? En el interior del tranvía que acostumbra tomar para llegar a casa, se encuentra con un hombre recargado en la pared. Aunque al principio parece ser un hombre común y corriente, ella se percata pronto de que no es tal: Es una persona con discapacidad, un ciego. Un otro.
Ana todavía tuvo tiempo de pensar por un segundo que los hermanos irían a comer; el corazón le latía con violencia, espaciadamente. Inclinada, miraba al ciego profundamente, como se mira lo que no nos ve. Él masticaba goma en la oscuridad. Sin sufrimiento, con los ojos abiertos. El movimiento, al masticar, lo hacía parecer sonriente y de pronto dejó de sonreír, sonreír y dejar de sonreír -como si él la hubiese insultado, Ana lo miraba. Y quien la viese tendría la impresión de una mujer con odio. (Linspector, 1960)
Ana no puede apartar la vista de ese hombre que osa importunar la escena que ha vivido tantas veces, la vuelta a casa en su mundo perfecto. A tal grado llega su impresión que tira sus bolsas de compras y los huevos terminan rotos. Los pasajeros se alteran hasta que descubren que todo fue causa de su torpeza y el ciego queda atrás. Pero Ana no logra sacárselo de la cabeza:
Y como una extraña música, el mundo recomenzaba a su alrededor. El mal estaba hecho. ¿Por qué?, ¿acaso se había olvidado de que había ciegos? (Linspector, 1960)
¿Cómo es que un simple ciego le causa a Ana tal impacto? El ciego le recuerda a Ana todo aquello que ha reprimido por la necesidad de mantener un orden en su vida de adulta: Sus deseos de juventud, vivir feliz y sin responsabilidades. El ciego, el otro, le “devuelve la vista”, del mismo modo que la otredad devuelve algo al sujeto que la percibe. El ciego es un ente sin voz que siempre había estado ahí pero ahora que recién fue notado por Ana, tiene nombre e identidad:
En el mercado cultural el Otro está codificado como capaz de estar más vivo, de conocer el secreto que permitirá a quienes se aventuran y se atreven a romper con la anhedonia cultural (definida en The Passionate Life de Sam Keen como "la insensibilidad ante el placer, la incapacidad de experimentar la felicidad") a experimentar una renovación sensual y espiritual. (Hooks, 1992)
Sin embargo, el ciego se esfuma de la misma forma en que llegó. Ana, todavía abatida por aquel encuentro, baja del tranvía antes de llegar a casa y pasea por un jardín botánico, donde pone especial atención a lo que la rodea, encontrándose de nueva cuenta con la otredad:
Como el rechazo que precedía a una entrega, era fascinante, la mujer sentía asco, y a la vez era fascinada [...] Los árboles estaban cargados, el mundo era tan rico que se pudría. Cuando Ana pensó que había niños y hombres grandes con hambre, la náusea le subió a la garganta, como si ella estuviera grávida y abandonada. La moral del Jardín era otra. Ahora que el ciego la había guiado hasta él, se estremecía en los primeros pasos de un mundo brillante, sombrío, donde las victorias-regias flotaban, monstruosas. (Linspector, 1960)
¿A qué se refiere Ana con “la moral del jardín era otra”? ¿Qué es la moral para ella? ¿Qué significa la moral realmente? El recuerdo de sus hijos y la cena que debe preparar la hace reaccionar para salir cuanto antes del jardín y llegar a su hogar. El recuerdo del ciego vuelve a su mente:
La piedad por el ciego era muy violenta, como una ansiedad, pero el mundo le parecía suyo, sucio, perecedero, suyo. (Linspector, 1960)
A pesar de pensar en el ciego, el mundo ha vuelto a ser suyo. El otro ha vuelto a su otredad y no piensa sacarlo de allí. Sin embargo, al recibir el abrazo de bienvenida de su hijo, una parte de ella vuelve a pensar en el ciego y en el mundo de afuera, el mundo ajeno que, al parecer, la necesita. ¿Por qué llega Ana a esta conclusión? “¿Qué haría en caso de seguir el llamado del ciego? Iría sola… Había lugares pobres y ricos que necesitaban de ella. Ella precisaba de ellos…”, ¿por qué ahora Ana precisa de esos lugares pobres? ¿Por qué de pronto desea estar afuera? Vuelven las reflexiones: “Sería obligada a besar al leproso, pues nunca sería solamente su hermana” ¿Ana desea ser parte de la otredad, renunciar a sus privilegios como mujer y madre?
Ana sigue reflexionando mientras prepara la cena para la familia que llega puntualmente. Su mundo está ahí, no hay ningún otro entre los sujetos que están compartiendo con ella el pan y la sal. Y al final del día ella sigue pensando en el ciego y en cómo su contacto le afectó, cómo el otro intervino en su realidad perfecta. Sin embargo, opta por olvidarlo y continuar en su burbuja de madre y mujer, acompañada de sus hijos verdaderos y su esposo verdadero: la situación ya pasó, el otro ya le puso sabor (un sabor agridulce) al platillo de su rutina, por lo que ahora no importa ni es necesario. Al final y en la comodidad de su mundo acostumbrado, no hay espacio para ese deseo por el otro.
BIBLIOGRAFÍA:
Linspector, Clarice. “Amor” Lazos de familia. Brasil, 1960
Hooks, bell “Devorar al otro: Deseo y resistencia” Black Looks: Race and Representation, Boston, MA, South End Press, 1992