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Una canción que se asemeja a una droga

La música es la que más se ha introducido en mi perfil característico, protagonista de los episodios más importantes de mi vida. Si defino qué género musical me genera mayor placer, sin duda es el Rock; aunque los demás no quedan en segundo plano, puesto que hay buenas canciones, pese a que no sean del mismo género.

Recuerdo que una tía, después de una larga semana de trabajo, el domingo lo aprovechaba para introducir en el estéreo de su coche un CD, con el fin de escuchar algo que para ella generaba placer. Una canción que la repetía muy constante que ya hasta nos aburría y no sólo eso, sino que la obligaba a pararse de su asiento y a bailar sin necesidad de estar en una discoteca, vaya que lo gozaba, nadie era capaz de arruinar su alegría.

Algo parecido pasó conmigo hace años. Un día me hallaba deprimido, sin ánimo ni necesidad de salir de mi habitación. Llovía, hacía frío y había tenido una mala racha durante la mañana. Sin saber qué hacer y dejando a un lado mis deberes escolares y hogareños, sostuve mis audífonos y los inserté en el celular para ponerme a escuchar música, cualquiera que estuviera a mi alcance. En cierta medida esto me daba algo de tristeza, puesto que las canciones no causaban el goce necesario para estar bien conmigo mismo, entonces sólo dejé reproducir el álbum Programaton de la banda de rock Zoé, quedándome dormido.

Al despertar vi que aún seguía reproduciéndose el álbum, lo ignoré y decidí levantarme; pero al momento de hacerlo, mis oídos advirtieron una canción que hizo que me quedara de nuevo en la cama; pero esta vez no por la tristeza, sino por la cautivante melodía que se reproducía.

Su nombre: “Dos Mil Trece” del cantante y compositor mexicano León Rubén Larregui Marín. La canción en cierta forma comenzó a atraparme sutilmente, estaba tan tenso y desganado, pero me fui dando cuenta de cómo me iba relajando, mis músculos se liberaban de esa tensión y comencé a sentir una especie de intimidad secreta con mi pasado, con mi alrededor, llegando al extremo de sentir serenidad conmigo mismo, serenidad que nunca antes había sentido.

El cambio de ritmo empezó a disolver mi mala racha de aquel día. Cerré mis ojos y me vi envuelto en una capa de aceptación con mis defectos, equivocaciones, hasta mi misma vida de estúpido adolescente. Me hallé en un sitio oscuro y lúgubre, en una especie de cristal asfixiante, donde la luz escasa se veía arriba de mí, necesitaba salir de ese atolladero. Experimentaba la letra como si alguien hubiera tomado nota de cómo me sentía, una especie de psicólogo que me estaba orientando para poder salir de ese lugar, indicándome que era el momento de enfrentar mis miedos y abrir los ojos. Me vi gritando, y a medida que lo hacía, tomé valor y fuerza sobrehumana. Miraba hacia arriba, ahí vi cómo comenzaba a iluminarse ese lugar, se estaba quebrantando y corría en mi cara un aire puro e inofensivo. Al fin exploté, abrí mis ojos, me hallaba motivado y humano de nuevo, tenía tantas ganas de salir corriendo y decir: ¡Aquí estoy de nuevo, mundo! Pero me abstuve, seguí gritando en mi interior. Al término de la canción, empecé a llorar y sentí como parte de mi tristeza se fue diluyendo para sentirme estable. Después de esta experiencia me puse de pie para realizar mis deberes y seguí escuchando la canción por varias veces de aquel día.

Esto no terminó ese día porque seguí encantado con esta canción, a todos lados me seguía o al revés, yo era el que la seguía. Ir a la escuela era toda una tortura si no estaba presente este aliciente, parecía una droga que me complementaba, así que no duré mucho en descargarla, teniéndola en mi celular podía relajarme en cualquier lugar, un impulso para estar bien.

Estaba unido a esta canción de una forma que no podía parar, como una enfermedad, pero era realmente complaciente para mí sentir esas melodías en mis oídos. Cierto día, al término de la canción me puse a investigar acerca de ésta, puesto que algo me había causado duda, en los comentarios de YouTube decían que esta canción tenía una dedicatoria a una droga llamada Dimetiltriptamina. Sin quedarme con la inquietud, investigué para ver si era verdad y esto fue lo que me apareció en una de las búsquedas:

“La sustancia les ayuda a alcanzar un estado de meditación totalmente profundo a un punto de no sentir su cuerpo ni respiración aunque ésta se haga automáticamente. Lo cierto es que las experiencias psicodélicas se han convertido en un tabú por originar una alteración de la consciencia de una persona a través de drogas no importe si son naturales o sintéticas, pero se trata de cómo lo hace y es lo que hace a la DMT tan interesante en este sentido, ya que sus efectos son bastante alejados a los que una droga convencional como lo podría ser la Marihuana, el Alcohol, el Tabaco, o el Éxtasis…” (Iván, 2015, párr. 4).

Increíble fue que de cierta forma, los que la escuchamos, como yo en ese día, pude ser presente de un viaje inigualable, en pocas palabras me drogué con música sin tener que introducir una sustancia en mi cuerpo, más que el sonido que se metía entre mis oídos, quedando encantado, perplejo y maravillado por sentir ese placer único que me levantó de esa cama e hizo que me despojara de mi pesimismo.

Con este aporte, no hice a un lado el objeto artístico, puesto que seguía sintiendo placer, y por ello era capaz de subirle a todo el volumen y escucharla en las viejas bocinas de mi papá. Sin embargo, mi hermano no estaba de acuerdo con ello, puesto que le parecía mala y no era de su agrado. Lo ignoraba, porque la canción me gustaba. Ahí me di cuenta de que yo había hecho lo mismo con mi tía, a la que etiqueté como absurda por complacerse con una canción de género cumbia.

Las críticas a las experiencias estéticas con un objeto artístico que acabo de mencionar son opiniones que no le otorgan un valor fijo, pues se aclara en la teoría de Kant, la cual estaba ligada a la subjetividad: “las características de la experiencia estética son: el desinterés, el no ser conceptual, su formalismo, el estar implicada toda la mente, su necesidad (pero subjetiva), y su universalidad (pero sin reglas)” (Tartarkiewicz, 2001, págs. 360-361).

Eso mismo ocurrió con algunos comentarios en donde se decía que la canción era lo más banal de este grupo rockero, lo cual algunos expertos refutaron diciendo que su letra era simple a comparación de las demás canciones, pero en fin, cada quien podía definirla como quisiera, para mí era exquisita, ya que era una especie de explosión en mi interior, una tranquilidad fragmentada que me hacía sentir bien.

Hoy cada que escucho esta canción me traslada a una tarde lluviosa, una tarde de fracaso, de pesimismo y me conmuevo al recordarme postrado en la cama tratando de ponerme de pie. Estaría de acuerdo Vischer en la tesis de la teoría de la empatía: “(…) la experiencia estética tiene lugar únicamente cuando el sujeto transfiere su propia actividad al objeto; de este modo atribuye al objeto estético unas propiedades que éste no posee en sí mismo” (Tartarkiewicz, 2001, p. 366). Esto se liga totalmente a mi experiencia que ocurrió ese día.

En un futuro, sin importar que encuentre, aceptaré el perfil de cualquier perdido en una experiencia estética. Ahora lo entiendo con mis familiares, con mi alrededor, que somos seres diferentes con distintos gustos y placeres, unos en mayor grado y otros en menor, el punto en común que tenemos con los demás es el de salir de una vida monótona para hallarle aunque sea ese “algo nuevo” a la vida.



Referencias Bibliográficas:

Wladislaw, T. (2001) Historia de seis ideas. Recuperado el 30 de noviembre de 2016 de https://marisabelcontreras.files.wordpress.com/2013/11/tatarkiewicz-historia-de-seis-ideas.pdf

Iván, A. (2015). Gran misterio. Los misterios de la Dimetiltriptamina (DMT) en el cerebro humano. Recuperado el 29 de noviembre de 2016 de https://granmisterio.org/2015/04/07/los-misterios-de-la-dimetiltriptamina-dmt-en-el-cerebro-humano/

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