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Una travesía a la infancia: Le Petit Prince


Le Petit Prince es un largometraje francés del 2015 dirigido por Mark Osborne basado en la novela corta homónima de Antoine de Saint-Exupéry, publicada en 1943. Le Petit Prince, es además, una mágica aventura que me transportó a las olvidadas (y lejanas) tierras de la infancia, la inocencia, la pureza, la esperanza, la imaginación, la aventura y los sueños.

Ésta es la primera versión animada del libro. En ésta, se une la historia original del Principito (animación cuadro por cuadro) con la narración complementaria (animación por computadora) sobre una niña que debe lidiar con una madre obsesiva que quiere que su hija crezca muy rápido. Ambas historias se entrelazan cuando la pequeña y su madre se mudan junto a un anciano muy extraño que tiene una historia muy importante que contar. El presente trabajo versará sobre el análisis de la experiencia estética que dicha película provocó en mí, y la correspondencia teórica que encuentro, acorde al libro Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mimesis, experiencia estética de Wladislaw Tatarkiewicz.

Sócrates dijo una vez: “Todas las cosas bellas son difíciles” (Tatarkiewicz 37), estoy de acuerdo. Una película de casi 120 minutos puede ser un difícil objeto de análisis para una experiencia estética. La razón es sencilla: una película es compleja, es extensa, me atrevo a decir que incluye varias artes en una, porque combina el aspecto visual y el auditivo; entrelaza la música, (piezas creadas especialmente para tal filme) y, (en este caso) la literatura, con la fotografía, que a través de miles y miles de fotogramas para poder crear una película, se convierte en video.

El libro El Principito al igual que el largometraje francés, llegó a mí en momentos de inestabilidad y crisis. Nunca lo había leído a pesar de que mis años de niñez habían quedado atrás, y no comprendía cómo ese libro había hecho llorar a mi hermana, ni cómo podía ser el favorito de mi amiga, me parecía un simple cuento para niños. Pero estaba equivocada. Después de ver la película, no volví a observar las estrellas de la misma manera. La historia del libro, al igual que la del filme, me había transformado.

Uno de los puntos que más me maravilló, es que se tomaran intactos los dibujos y frases del libro que Antoine de Saint-Exupéry escribió y dibujó (¡En qué película se respeta eso!). Para mí es muy respetable que un director de cine haya a su vez, respetado un objeto artístico para plasmarlo con la máxima autenticidad posible.

El tipo de animación que más me cautivó, fue el de cuadro por cuadro. Toda la vida he sentido cierta debilidad por esas esculturas pequeñas, y esos escenarios, que asemejan maquetas, por todo el creativo y detallado trabajo artístico que hay detrás de una película como ésta. Entonces, contemplar al Principito, con las sutiles arrugas de su ropa de papel, mientras lo escucho reír y jugar, es una experiencia que no tiene comparación. Es como si quedara hechizada ante esos sutiles encantos. Como si fuera suspendida de mi voluntad.

Las voces, por otro lado, tanto en el idioma original, francés, como dobladas al español, son idóneas para las actuaciones de los personajes. Creo que la voz da la impresión de que toda esa historia es real, hace que el dulce anciano que asemeja a un infante, o la madre obsesiva, o el vanidoso, o el hombre de negocios, o la misma niña, sean reales, que los puedas trasladar a este entorno, que puedas encontrar alguno a la vuelta de la esquina.

Hasta este momento, relaciono mi experiencia estética con algunas de las características que posee la belleza según la Gran Teoría; adecuación, proporción y equilibrio (Tatarkiewicz 45). Por otro lado, también hago uso de la Teoría Aristotélica sobre lo que siente un espectador ante una experiencia estética; suspensión de la voluntad y placer intenso originado en la sensación de la experiencia (Ibid.). Puedo verla una, dos, tres, las veces que sean, y nunca es excesiva mi experiencia. Nunca me aburre, ni me produce indiferencia o repudia. Es como si la viera por primera vez.

El filme cuenta con una banda sonora espléndida. Bastante narrativa, me atrevo a decir. Todo lo que tienes que hacer es echar a volar tu imaginación, y dejarte sentir. Siento que, o todo a mi alrededor desaparece y sólo existe ese sonido suspendido en el espacio (y al mismo tiempo recorriendo mis venas), o todo alrededor se vuelve más importante, todo se llena inesperadamente de significado, de sustancial sentido, yo me pregunto; ¿Cómo puede ser esto posible? Estos sonidos te hechizan, cierras los ojos y sientes que tu pecho se eleva, es como una bella y armoniosa danza. Siento que voy dibujando estrellas en el cielo, y que ante mí hay un sublime horizonte, el ocaso está a punto de acontecer. Pero también siento esperanza, ¡Esperanza!, una ligera electricidad recorre mi cuerpo, me lleva a lugares desconocidos, es toda una travesía.

Esta película también me produce emociones melancólicas, sé que es animada, y que su público ideal es, en primera instancia, infantil, pero es una historia en verdad muy metafórica, llena de símbolos, que con aguda emotividad e intensidad penetran en mí. Mi experiencia estética radica en la forma en que la sensibilidad y belleza de la película llega hasta mí, en cómo toca mis fibras más sensibles, en esa manera en que la obra artística y yo, la espectadora, nos entrelazamos. Le Petit Prince me produce empatía, me hace sentir tan identificada con la protagonista, la pequeña niña a la cual están obligando a madurar más rápido de lo normal, eliminando de su vida las cualidades que mejor definen a los niños: la esperanza, la ilusión, la pureza y la creencia de que todo es posible.

Este filme francés esconde muchas metáforas, las cuales comienzan desde la división del mundo gris, sombrío, sistemático, monótono, y sin felicidad o color, correspondiente a los adultos que han olvidado ser niños y, justamente el de la niña y el anciano; colorido, alegre, dinámico, imaginativo y musical. La metáfora predilecta es una que seguramente conoces ya, “lo esencial es invisible a los ojos, sólo con el corazón se puede ver claramente” (Saint-Exupéry 84). En este mundo que se mueve a ritmos acelerados, en esta existencia que muchas veces me parece, como seguramente a ti también, sinsentido, donde la verdad es desconocida e inalcanzable, en esta vida cotidiana cansada, achacosa, cuando empiezo a sentir las secuelas del paso a la madurez, de la vida de adulto, de que nada es para siempre y que la realidad no es tan fácil como yo creía; Le Petit Prince me encuentra, y sus grandes metáforas me invaden, me penetran, y no sólo las comprendo; me trasforman. Hay una conexión espiritual en esta experiencia.

Es una verdadera experiencia estética contemplar esta película; es sutil, armoniosa, agraciada, con un bello equilibrio, y luego, desbordante, intensa, emotiva, me produce llanto y una alegría infinita. Sin duda, lo que más predomina en dicha experiencia es el uso de la teoría aristotélica, al principio muy contemplativo y pasivo pero después, se trasforma en una experiencia más platónica, pues no sólo estoy contemplando pasivamente, estoy interpretando los mensajes, las palabras, los símbolos, las metáforas y analogías que la película posee, por tanto, ésta ha sido una experiencia muy intelectual y también espiritual. Por todo lo anterior, recomiendo tan citado filme.

  • Tatarkiewicz, Wladislaw. Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mimesis, experiencia estética. Madrid: Tecnos/Alianza, 2010.

  • Le Petit Prince. Dir. Mark Osborne. Paramount, 2015. Netflix. Web. 16 de octubre 2016.

  • Saint-Exupéry, Antoine de. El principito. Caracas, Venezuela: Torino, 2009.



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