TRAMPAS DE LOS TIEMPOS ELECTORALES
DE PROMESAS DE CAMPAÑA Y OTROS REZAGOS
Está de más hacer un recuento de las gastadas (y hasta divertidísimas) promesas electorales, tan rebajadas al tinte del lugar común y a la fatigada reiteración que ya viven tristemente hermanadas con nuestra calidad de ser. Y es que a pesar de su estigma de repetición, parecen seguir siendo efectivas entre los más ignorantemente esperanzados: aquellos que por su atrasado contexto difícilmente alcanzan el portal de la realidad para quedarse con el de la supervivencia. Así, la hipocresía del proselitismo tradicional sigue siendo la puerta al idealismo del promedio.
Son visibles en las calles, en medios y en el curso general de la vivencia ciudadana propuestas mágicas para combatir la totalidad de los rezagos contemporáneos. De esta manera, con la victoria del todopoderoso en cuestión, las carencias serán inexistentes, la seguridad será garantía y la honestidad de los altos mandos tendrá tono de generación espontánea. Y por si la duda continuará figurando, recordemos que la estrategia habitualmente culmina en éxito.
Ojalá (y queda a la vez como interrogante hacia el atento lector) existieran evidencias del carácter factible de las promesas citadas. La realidad, además de reflejar lo contrario, apunta hacia un sistema fallido, basado en el intento por apaciguar la superficie del daño en lugar de acudir a la búsqueda del origen. Sin embargo, y recayendo en la hipótesis hasta ahora sostenida, mantener esta estructura sociopolítica contribuye a la extensión de la vida del alto poder con intereses alejados de su noble y original objetivo.
Que quede como ejemplo la ola de violencia que se vive en la totalidad del territorio mexicano. Cualquiera pretende creer (y hacer creer a otros) que la solución está en la intensificación del movimiento policiaco y las estrategias momentáneas para la conservación de la tranquilidad de los espacios. En palabra escasas, el engaño se encuentra en el combate a la quemadura sin atacar el fuego.
Sin ambages mayores, concluyamos en que el origen de los males sociales halla descanso en la pobreza mental del individuo dominante. La escasez de oportunidades y la ausencia casi absoluta de vida digna terminan por corromper a la víctima, y pocos notan que la inexistencia de nociones académicas y morales es la fuente perfecta del fenómeno.
Deberíamos mantenernos a la expectativa de saber cuándo escucharemos de un aspirante político un compromiso serio con la calidad educativa y con un correcto manejo de la moral y la conciencia social. ¿O acaso es este rezago el blanco intencional para continuar con el dominio injusto? Lo cierto es que los conflictos actuales no culminarán con el típico juego de policías y ladrones ni con crueldades impuestas. El cambio es individual.